JOSÉ CARLOS GONZÁLEZ ABELEDO | INGENIERO DE MINAS Y MELÓMANO
“En 1985 me tocó un premio en la lotería, dejé Hunosa y me hice empresario minero”
“Fui sobreprotegido por unos padres muy miedosos y crecí con retraso en la libertad”
J. CUERVO 06/07/2020
Fotos-FERNANDO RODRÍGUEZ
José Carlos González Abeledo (Oviedo, 1949) es un ingeniero y empresario de minas jubilado que empezó a ir a la ópera a los veintitantos años, con un abono de su padrino, para no perder oportunidades de ligar y porque creyó que en “La Bohème” cantaban el éxito de Charles Aznavour. Acabó aficionándose.
En los ochenta y noventa fue directivo de la Asociación de Amigos de la Ópera de Oviedo, con Paco Izquierdo. Durante esos diez años, conoció a Kraus y otras estrellas del bel canto.
En 2003, una enfermedad le impidió seguir jugando al tenis y al golf y fundó la Asociación Alfredo Kraus, que organiza conciertos, conferencias y viajes operísticos por todo el mundo. También ha asentado la Fundación Gualtier Maldé, a la que ha cedido sus 8.000 discos de música clásica, ópera y moderna de los años sesenta y sus equipos de música. Pretende que ese legado sea recogido por el Ayuntamiento de Oviedo.
Un premio de la lotería le sacó de Hunosa y le llevó a convertirse en empresario de minas hasta su jubilación y más allá.
Está viudo desde hace seis años.
Vive con su hijo y con su suegra.
–Nací el 15 febrero de 1949 en la clínica Santa Ana de Oviedo, de cesárea. A los dos meses ya estaba en Sama, donde vivíamos, muy cerca de la Sidrería El Polesu, frente al río. Tengo un hermano, Javier, dos años menor.
–¿A qué se dedicaba su padre?
–Era funcionario del Instituto Nacional de Previsión. Se llamaba José Carlos, era de Pravia y fue una persona muy modesta, recta y seria en todo.
–¿Qué tipo de padre era?
–Como los de entonces: un poco distante, pero muy buen padre.
–¿Su madre?
–María del África era la de los afectos, más habladora, vitalista y alegre. Nació en Lada y yo le bromeaba: “Tú, calla, que yes de Lada”.
–¿Qué ambiente ideológico había?
–Eran apolíticos, aunque en la guerra eran de derechas y católicos. Mi abuelo materno, al que estuve muy unido, Eliseo Abeledo, había sido picador en el Fondón. A los 18 años era de los que se subían a un cajón a revolucionar al personal. Tuvo minas pequeñas antes de la guerra y luego fue suministrador de carbón para Duro Felguera y Tudela Veguín. Con 10 o 12 años me llevaba con él a las cinco de la mañana cuando iba por los pozos y las estaciones de tren para ver cómo iba el cargue. Una aventura. Conocí una mina por fuera y creo que me marcó para ser ingeniero.—— –¿Económicamente cómo vivían?
–Mis padres eran clase media baja, y mi abuelo, clase media alta. Cuando cumplí 8 años fui a vivir con los abuelos a Oviedo porque mi padre estaba destinado en Luarca y yo tenía que empezar la escolarización.
–¿Adónde fue de Oviedo?
–A una casa con vistas al Club de Tenis. Me llamaron la atención el juego y las pistas. Cuando mi hermano entró en el colegio, mi madre vino también a Oviedo, y después mi padre consiguió el traslado y fue la reunificación familiar. Fuimos todos a un edificio de la calle Valdés Salas que compró mi abuelo.
–Irse con los abuelos no fue un desgarro.
–No. En Sama también habíamos vivido en el mismo edificio. Eran mis segundos padres. Íbamos al fútbol cada domingo. Ellos eran del Gijón, y yo, del Oviedo. Conocí a Biempica jugando en el Gijón.
–¿Dónde estudió?
–En el colegio Auseva. Tenía peso religioso. Me fue bien. Saqué matrícula de honor en Ingreso y ese día inflé.
–¿Qué tipo de rapacín fue?
–Sobreprotegido. Mis padres eran muy miedosos. Temían a todo. Respecto a mis amigos, iba con cuatro años de retraso en libertad para salir solo, ir al cine… Mi abuela materna también era supermiedosa.
-Pero Eliseo, no.
–No. Era gallego. Salió de casa a los 9 años porque no había qué comer. Se fue con un tío a recoger trigo y acabó de pinche en las minas de Buferrera con 12 años.
–¿Le gustaba la música de niño?
–Sí, la oía en la radio: Antonio Molina, Machín, Luis Mariano y cosas que no sabía qué eran y me encantaba, como “La barcarola” de “Los cuentos de Hoffman”, de Offenbach. Me enteré de lo que era a los cuarenta y tantos.
–¿Qué tal se relacionaba en el colegio?
–Bien. Fui portero de fútbol y de balonmano en el equipo de la clase y canté normalito en el coro.
–¿Se rebeló durante la adolescencia por la falta de libertad en casa?
–Me quejaba, pero aguanté. Era apocado. Me benefició que tuve un padrino, Crisanto Alonso, que fue subdelegado de Hacienda, amigo del abuelo, y me sacaba al cine. De los 12 a los 14 años iba con él y con mi abuelo al hípico, que había en todas partes, en Oviedo, Gijón, Luanco, en La Felguera, y les compraba las apuestas. A los 18 años, como aficionado al tenis, me llevaba a Barcelona a ver la Copa Davis y el Godó.
–¿El tenis lo jugaba o lo veía?
–A los 16 años, Santana empezó a ser famoso y a los 18 años empecé a jugar. Entré en el Club de Tenis. Fui el socio de número más joven de la historia. Costó 36.000 pesetas de 1977, que pagó mi padrino.
–¿Qué tal jugaba?
–Aunque tenía cierta clase y cierta cabeza, físicamente era pobre. Fui una medianía. Jugaba con el periodista Ricardo Vázquez Prada, que era bastante malo. Hicimos mucha amistad y empecé a escribir crónicas de tenis en el diario “Región”.
–Gracias a su abuelo y a su padrino vivía como un pijo.
–No tanto, pero me arreglaba bien entre paisanos. Callaba, escuchaba y aprendía. Con mi padrino iba a tomar café con los de Hacienda, entre ellos gente de talla como Ricardo Pedreira, que llegó a ser presidente del Tribunal Económico-Administrativo.
–¿Qué aprendía?
–A vivir el mundo de los adultos más que el de los niños.
–¿Por qué quiso ser ingeniero de Minas?
–Por las experiencias infantiles con mi abuelo y porque en Oviedo había una Escuela con prestigio. Mi familia minera tenía miedo a la mina. Tomé la decisión a última hora.
–Salió del colegio a la Universidad.
–Me costó el cambio. El colegio era un espacio muy controlado y del que salías bien preparado. Los Maristas sacaban los mayores porcentajes de aprobados en las reválidas. Pero con la libertad hice un poco el vago y tardé dos años en sacar primero de Técnicas en la Facultad de Química.
–¿En qué usó la libertad?
–En andar por fiestas y tiberios. Fui de la tuna y del equipo de baloncesto de Minas, delegado de Deportes y representante en los campeonatos universitarios de tenis.
–¿Y las chicas?
–Al principio me costaban un poco, pero me acostumbré en seguida y a lo largo de la carrera tuve dos o tres novias.
–¿Cómo era la carrera en su tiempo?
–Dura, clasista, separada del ambiente universitario general de 1969. Éramos los que menos tiempo libre y capacidad de jarana teníamos, aunque hice lo que pude.
–¿De copas?
–Bien.
–Tenían la semana de Santa Bárbara.
–Ni una clase, bailes, madrinas, tuna, campeonatos deportivos… un jolgorio increíble. Era la válvula de escape, porque luego llevábamos una vida mucho más triste que el resto de universitarios. No había chicas. Cuando estaba en cuarto o quinto entraron una o dos. Ahora está llena.
–¿Cuándo acabó la carrera?
–En 1976. Lo tomé con calma. Pasé varios años en segundo, donde encontrabas a Carlos Conde y era terrible pasar las matemáticas. Luego fui año a año, sin problema, porque era más llevadero.
–¿Se aficionó a la ópera?
–En 1972. Acababa de dejar a mi primera novia. En los bailes del Tenis de San Mateo observé que los que venían de la ópera llegaban medio emparejados del teatro Campoamor. Mi padrino tenía dos abonos de la temporada, pero no iba porque tenía bronquitis y temía los ataques de tos. Era muy respetuoso. Me prestó un abono.
–¿Cuál fue su primera ópera?
–“Rigoletto”. Al oír el “Caro nome”, el aria más famosa de soprano, me di cuenta de que era la “Juanita Banana” que cantaba Luis Aguilé y popularizó el radiofonista Pepe Iglesias, “el Zorro”. El aria me gustó más que la canción.
–Buen comienzo.
–Como la siguiente ópera era “La Bohème”, le pregunté a un amigo si cantaban la canción de Charles Aznavour, me dijo que sí y fui. Escuché atentamente y no apareció. Pensando que estaba tonto compré el disco, lo escuché en casa y aunque no apareció Aznavour, claro, me gustó la ópera.
–Y se aficionó.
–Totalmente. Me enteraba cuál iba a ser la programación del año, compraba los discos, los escuchaba y luego iba a disfrutar del espectáculo sabiendo lo que iba a oír.
«La semana de Santa Bárbara era la válvula de escape para los de Minas, que llevábamos la vida más triste de la Universidad»
–¿Qué música le había gustado hasta entonces?
–“The Beatles”, “Dúo Dinámico”, “Pekenikes, “Los Brincos”, “Los Bravos”, “The mamas & the papas”, “The Searchers”, “The animals”, Tom Jones y, mucho, Barbra Streisand.
–¿La mili?
–Pedí hacer milicias universitarias, pero nunca me escogieron. No era fácil: España tenía muchos universitarios. La hice en Madrid, en el CIR número 1, de Colmenar Viejo, muy moderno y en el Parque Central de Transmisiones de El Pardo.
–¿Cómo le fue en Madrid?
–Era mi primera vez fuera de casa y lo llevé perfectamente. Tenía una pariente allí y eso servía para pernoctar fuera del cuartel, aunque mentía e iba a dormir a una residencia de estudiantes de la Fundación Gómez Pardo, dependiente de la Escuela de Minas de Madrid.
–¿Cómo conocía eso?
–Sólo había dos escuelas en España, Madrid y Oviedo. Decían que en Madrid los dos primeros cursos eran fáciles y los tres últimos, duros, al revés que en Oviedo. En Madrid aproveché para hacer varios cursos de posgraduado, de una semana. Un amigo mayor, José González, alto cargo del Banco Santander, al que conocía de veranear en Nueva de Llanes, me metió por la informática e hice varios cursos. El Santander fue pionero en informática gracias a él.
–Una mili provechosa.
–Sí. La acabé en el Rubín, en Oviedo. Me casé en la mili y pedí el traslado al nacer mi hijo Carlos.
–¿Cómo fue eso?
–Unos meses antes de la mili conocí a María Soledad, enfermera, íntima amiga de la mujer de mi hermano, quien, aunque es más joven, se casó antes que yo.
Por contraposición a mi educación, di mucha libertad a mi hijo y cuando iba de verbena llegué a decirle: “¡Como vengas antes de las tres, no sales más!”
–¿Tenía prisa por casarse?
–Ninguna.
–¿Sabía en que quería trabajar?
–No. Intenté ir a las Minas de Fosbucraa, en el Sáhara Occidental, muy mecanizadas y a cielo abierto, y en Tudela Veguín. Me llamaron de Hunosa y entré.
–¿Quién le llamó?
–José Manuel Fernández-Felgueroso, que había sido catedrático mío, con el que, como subdelegado de curso y de deportes, tuve buena relación. Nombramos a su mujer madrina de nuestra promoción y fui de los dos encargados de ir a Madrid a proponérselo. Entonces estaba en la Dirección General de Minería y Siderurgia, en el Instituto Nacional de Industria. Cuando lo nombraron presidente de Hunosa, entramos nueve ingenieros.
–¿Dónde le tocó?
–Dos años en el pozo San José de Turón; otro, en el Santa Bárbara y dos más en Mosquitera, Siero.
–Sé que le tocó un gran premio en la lotería. ¿Cuánto?
–En 1985. Mucho dinero. Mi amigo Enrique Álvarez Uría y otros me ofrecieron entrar de socio en una empresa privada de minería, Incomisa. Estuve hasta que me jubilé en 2006, con 57 años.
–¿Qué mina explotaban?
–Mina Las Hermanas, en Santibáñez de Murias (Aller). Tuvo una vida azarosa. Cuando entré éramos 9 socios, llegamos a ser veintitantos y al final, quedamos dos, yo como director e ingeniero. Me quemé a trabajar. Mi mujer me llegó a amenazar con el divorcio. Jubilado no podía ser el director facultativo, pero seguía llevando la mina.
“Observé que en los bailes del Tenis los chavales de mi edad llegaban medio ligados del teatro Campoamor y empecé a ir a la ópera”
–¿Hizo dinero?
–No, fue muy mal. Perdí perras.
–¿Fue un padre presente?
–Sí. Por contraposición a mi educación, di mucha libertad a mi hijo. Cuando iba de verbena llegué a decirle “¡como vuelvas antes de las 3 de la mañana no sales más!”. Quiso hacer Físicas, pero no hizo nada en la carrera y le dije: “o terminas o vas a hacer lo que yo diga”. Propuso hacer una FP en la Fundación Masaveu, le dije que no y lo metí en Económicas, en una universidad privada que había en un colegio del Naranco en concierto con la Universidad de Gales. Estudiaba tres años aquí y dos allí. Al terminar me dijo que quería ser maquinista de tren.
–¿Y lo es?
–Sí. Tenía que hacer un curso de un año que costaba un huevo, 2 o 3 millones de pesetas, en Barcelona o en Madrid. Me cabreé y le dije que no se lo pagaba. Se lo pagó mi padrino que también era padrino suyo. Estuvo trabajando dos años en Barcelona, uno en Madrid, volvió para aquí y trabaja en Oviedo.
–¿Qué tal le va?
–Bien. Tiene 41 años, es solterón y vive como dios. Desde que murió mi mujer, hace 6 años, vivimos juntos. Tenía en un chalé de 500 metros en la urbanización de Soto de Llanera y él dijo que no quería seguir donde había muerto su madre. Vinimos a Oviedo, al piso de mi suegra, que necesita cuidados. Creí que sería un horror, pero estoy muy a gusto, aunque ya no tengo un salón de 70 metros con mi discoteca ni una pantalla de televisión como un cine.
–¿Cuándo empezó con la Asociación Alfredo Kraus
–En 2003 me dio una espondilitis vertebral anquilosante y tuve que dejar de jugar al tenis y al golf. Me pregunté qué hacer y se me ocurrió fundar en Oviedo la Asociación Alfredo Kraus en lugar de asociarme a la de Bilbao. Me reuní con Teodoro López-Cuesta, Vidal Peña, José Luis Sagarminaga, Pedro Caicoya y la hicimos. Hacemos conciertos, conferencias y viajes de ópera por todo el mundo.
–¿La mejor época de opera en Oviedo?
–Cuando la hacía el ayuntamiento. De la segunda mitad del siglo XX vinieron todos los grandes, salvo Maria Callas y Giuseppe Di Stefano. Es muy distinto lo que se hace ahora en 4 meses de lo que se veía entonces en 10 días. Hoy hay cuento en exceso y priva la escena que para mí es secundaria. Primero voces, luego orquesta y coros.
–¿Qué tal cree que le trató la vida?
–Muy bien a pesar de la muerte de mi mujer, en 5 días, de una gripe A que cogió en un viaje operístico a Barcelona. Pasé un año muy deprimido. Velar por mi hijo y por la asociación me sacó adelante.